martes, 23 de abril de 2013

SE NECESITA CANDIDATA


 
Hacía más de un año que estaba en paro y algunos meses ya que había perdido la esperanza de encontrar un trabajo nuevo o por lo menos alguna ocupación con la que salir de aquel agujero. Sólo yo sabía lo desesperada que había llegado a estar pero me sentía, si es que algo sentía ya, más aterrorizada que nunca. Arruinada, deambulando por las casas de familiares y amigos que me acogían por semanas, el pesimismo era la mayor sobrecarga a mi ánimo derrumbado.
Llegó la mañana de volver a renovar la tarjeta de desempleo y acercarme de nuevo a la funcionaria que me observaría de frente, para explicarme de forma calmada que no había ninguna oferta de trabajo que encajara con mi perfil profesional. Mientras, yo ya conocía los síntomas que me provocaba su expresión, mi estómago se arrugaba, me daba un brinco la respiración y por un minuto o más sentía la necesidad feroz de chillar y maldecir todas las explicaciones diabólicas que me daba la mujer acerca de la dramática situación por la que estábamos pasando miles de ciudadanos, que como yo, se acercaban a la ventanilla de empleo cada mes.
Pero aquel día, la suerte me felicitó por cada cabezada que había dado y esta vez frente a la ventanilla de empleo la funcionaria me ofreció un trabajo, sin mucho entusiasmo, pero para mí era un éxito. Miré la oferta: se necesita candidata para puesto de dependienta a turno completo en tienda de guillotinas. Muy bien, me dije, tal vez esto me saque de la ruina aunque parezca que el peligro aún no ha pasado. Seguí concentrándome en aquel instante, jamás habría trabajado en una tienda de guillotinas pero no podía negarme.
Tan pronto como firmé el parte de trabajo, desaparecí de allí y me dirigí hacía la dirección que estaba indicada en el papel. Al llegar, di una ojeada por el lugar para ver quién había, el encargado del local estaba apoyado en el mostrador. Aquel hombre con aspecto áspero me miró de pasada sin apenas un atisbo de interés hasta que mis ojos se encontraron con los suyos.
─ Me han dado esta dirección para comenzar a trabajar en su tienda ─ le dije con voz decidida.
Él pareció erguirse de su postura doblada y volvió a mirarme pero ahora de forma larga y minuciosa.
─ Bien, ¿está dispuesta a comenzar de inmediato?
Tenía que hacerlo, ¿cómo iba a rechazarlo si no tenía nada a lo que agarrarme? ¿Y por qué todo se había desmoronado a mi alrededor, qué hacía en un tienda de guillotinas frente a un tipo con pinta de matón?
─ Sí, claro ─ le contesté.
─ Te explicaré entonces la contabilidad de la caja y el modo en qué distribuimos y facturamos a nuestros clientes. Una vez acabemos, puedes empezar a despachar.
Tal vez era mi falta de imaginación lo que me estaba dejando fuera de juego pero quién serían aquellos clientes de los que hablaba, cuarteles militares, mataderos, instituciones represoras…La muerte acechándome demasiado cerca como para hacer de aquella situación algo banal.
Dejamos de lado las presentaciones y una vez me explicó el mecanismo de la tienda le seguí hacía el almacén que estaba justo detrás del mostrador, una vez atravesabas un corto pasillo de paredes negras. Allí estaban las guillotinas, organizadas en filas, bloques de madera maciza con formas rotundas, el brillo del acero salpicaba de luz los muros oscuros y había un olor en todas partes que te dejaba frío.
Volvimos de la trastienda y ahora llegaba el momento crucial, cuando yo me quedaba a cargo de todo y el tipo desaparecía por la puerta de cristales que daba a la calle.
Comencé a verme a mí misma malgastando los días en aquella caja donde me faltaba el aire, intentando simular que los encargos de aparatos de asesinar a seres humanos iban conmigo.
Y allí me encontré, rodeada de facturas y de tristes llamadas telefónicas que me ordenaban que de forma urgente mandara algún modelo de guillotina a lugares recónditos. Luego intentaba no recordar nada de lo que hacía para conseguir descargar los hombros cuando terminaba.
 Un comienzo ideal para la pesadilla que me imaginaba iba a ser las jornadas de después, cuando tuviera que entrar de nuevo en el almacén y pasar las horas entre la mercancía.
Llegó la tarde en que tuve que enfrentarme al lugar prohibido. Acompañé a mis pasos por el pasillo negro, entré en la sala y me acerqué a la primera fila de guillotinas. La respiración comenzó a acelerarse hasta encontrar la calma, mientras miraba la raya que marcaba el filo del acero sobre mi cabeza. Noté el calor de la madera al pasar mis manos por su superficie, me senté encima de aquel bloque y sin poder controlarlo mis orejas empezaron a acariciar aquella sensación cálida que comenzó a inspirarme entre los muslos la estructura gruesa.
 Permanecí quieta, apoyé la espalda en una de las vigas que sostenía el metal, y mis manos ya cálidas comenzaron a colmarme de placer. Abrí la boca y mis dedos dibujaron la sonrisa de mis labios, besándome la punta de los dedos, uno a uno. Humedecida por el nerviosismo que me provocaba aquel lugar, dejé que una de mis manos se entrelazara entre mis piernas y sintieran a mi piel que resbalaba sobre el sudor de mi cuerpo.
Me desabroché la camisa, ruborizada y sin atreverme a mirar a ninguna parte, no era capaz de apartar aquellos pensamientos de mi mente. El roce de aquel aparato jugaba con mi cuerpo, mis caderas comenzaron a moverse lentamente, siguiendo el ritmo de mis dedos ocupados en la entrepierna.
Mi calor concentrado, escuchaba a mi boca y mis manos atraparon los  muslos, hasta que cerré los ojos, apretando los dientes.
 Empapada en sudor se senté en el suelo de la sala sobre mis piernas mientras mis manos inquietas me daban un final. Sentí como mi vientre se relajaba y mis muslos caían hacia abajo. Nunca había imaginado que en un lugar como aquel, el orgasmo pudiera sonrojarme de aquella forma…El silencio entrecortado por mi respiración y el olor agridulce de la sala volvieron a humedecerme.
Pasaron los días y entre sueños seguí recordando aquel desasosiego, el hambre, el deseo de ser colmada, las sábanas enredadas entre mis piernas, rendida y satisfecha.
Durante la época en la que permanecí trabajando en la tienda, conocí el placer que me producía mi propio cuerpo en aquella soledad. Y por debajo de todo aquello, anhelaba la tranquilidad que respiraba en el lugar prohibido, rodeada del frío de la oscuridad, descubrí  que aún era capaz de vivir dentro de mi destartalada situación personal y que seguía entera después de haberme sentido fuera de todo.
Me había convertido en un ser impaciente por encontrarme entre aquellos muros y pegar mis manos y mis pechos al metal helado, abriendo mis piernas para volver a perderme. Seguidamente, mis dedos de deslizaban de nuevo entre los mulos, consiguiendo separarlos fuertemente y seguían deslizándose hasta encontrar la carne.
Con el paso del tiempo, el juego continuó sacudiéndome y los sueños me liberaban las noches. Nadie me esperaba al volver al apartamento que había logrado alquilar pero nunca me sentí perdida durante aquella época. En cada ocasión, acababa disfrutando de mi misma, sintiendo que la muerte tal vez era un cuerpo voluptuoso y recio que me abrazaba.
Mientras, el contrato temporal finalizó y volví a enfrentarme a la ventanilla de empleo y a la mirada pausada de la funcionaria que se compadecía de mí y del túnel en el que me encontraba. De nuevo, sin decir palabra, la mujer volvió a entregarme una oferta de empleo, en un papel doblado y enmarañado. Lo abrí con cuidado: se necesita verdugo para centro penitenciario de alto riesgo. Sostuve el papel, bajé la mirada y sentí como el calor volvía a recorrerme la espalda, la camisa comenzó a estrecharse, los pechos recios me dejaron paralizada frente a ella, las manos me sudaban de placer. Tuve que marcharme de allí, abandoné el edificio y salí corriendo.
 
 
 
 

sábado, 21 de abril de 2012

TIEMPO PERDIDO

          
           El desaliento permanecía en el aire, la desolación de tantos despidos. Esto era un mundo ahora. Las cajas llenas de nuestras cosas y los movimientos de los cuerpos se alejaban por los pasillos de la oficina, doblando las esquinas, arremolinándose en los ascensores. Oleadas de rostros abatidos entre montañas de papeles. Folios marcados con pisadas, folios en blanco pasando por nuestras manos, revoloteando por los cubículos. Cosas de malas noticias y de tiempo perdido.

Llevaba traje y maletín. Tenía aún carpetas encima de la mesa y en la cara ojos de no haber dormido. Dejé detrás el panel de anuncios de la empresa y pasaron junto a mí hombres y mujeres caminando con las manos en los bolsillos para mantenerse erguidos.

Eran las diez de la mañana. Todos permanecíamos en silencio en aquel lugar estancado, hasta que comenzaron a escucharse algunas voces angustiadas. Fuera de allí, todo se movía.

Yo no había podido pensar en otra cosa la noche anterior, en el momento en el que hablaría por última vez con mi jefe. La puerta de su despacho estaba abierta, me acerque y él estaba sentado detrás de su escritorio. Sólo quedaba su abrigo abandonado en una de las sillas, las estanterías vacías y su móvil vibrando encima de la mesa. Entré en la habitación, arrastré una silla y me senté frente a él. En aquella mañana el cielo estaba oscuro así que apenas entraba luz por la ventana del fondo y esto hacía que su rostro pareciera aún más desconocido.

Me quedé mirándole sin saber por dónde empezar. Las manos se me quedaron paralizadas entre las rodillas mientras levantaba la cabeza y lo miraba de frente. Todas las palabras estaban atrapadas en mi garganta, una tras otra, empujándose por mi laringe y siendo aplastadas por mis labios cerrados.

En seguida él rompió el silencio, carraspeó durante unos segundos y se aflojó el nudo de la corbata: No se pudo hacer otra cosa o lo hacíamos de forma fulminante o habría sido más dramático. Me pareció que me hablaba en un tono áspero, sin pausas, listo para finiquitar mi visita y deshacerse de mi presencia.

En aquellos instantes, mientras lo miraba por última vez, me sentía en otro lugar. Después de la tensión de los últimos días comencé a descansar.  Mis hombros se derrumbaron, los brazos descolgados y mi mandíbula se hizo muy grande. La noticia del despido me había congelado las ideas, el ánimo y no había parado de contagiarse por todo mi cuerpo hasta que en aquel momento esa sensación comenzaba a desaparecer.

Desde fuera, llegaba el ruido de la calle. La vida continuaba a través de los cristales. Era un sonido de aliento. Aún había oportunidades y había que recorrer todas las calles.

Yo oía todo aquello pero parecía que mi jefe no escuchaba nada. Permanecía estático, envuelto en seriedad. En aquellos muebles de oficina se escondía mucho de su vida y cada uno de los mejores momentos que había saboreado en los últimos años. Victorias que habían hecho de su rutina un nuevo reto. Su preciada carrera profesional. Y ahora su mirada estaba clavada en una pared en blanco de un edificio vacío.

Él se levantó y cerró la puerta del despacho. Entre el ruido que llegaba de lejos y el silencio que nos había enmudecido de nuevo, comenzó a hablarme. Ahora eran palabras sinceras, palabras encadenadas. Dentro de aquella habitación, había un hombre abatido, sin luz en los ojos.

           “Ahora comienza lo que todos dicen que es la verdadera vida – me dijo, plantearte hacía donde quieres ir, impulsado tal vez por la necesidad de subsistir en este mundo de codicia pero tarde o temprano lo que eres vuelve hacía ti. Miras tus manos, tus dedos, tocas tus ojos, tu boca y aprietas los dientes con fuerza y sigues sin saber por qué elegiste ese camino y no otro. Qué te condujo a esa situación, por qué no sabes dónde estás. No busco culpables, nadie está ya a mí lado, decidí existir sólo para mí mismo. Es la penumbra de mi rostro la que me da tanto miedo, las grietas que lo recorren y de las que nunca me ocupé de cerrar porque da asco sentirse tan débil. Tal vez un alto en mi vida hubiera cambiado mi rumbo pero no gasté ni un pensamiento en esto. Los ascensos, el dinero, el reconocimiento público y llegar siempre más y más alto, por encima de mi mismo y por encima de los demás, era lo que debía de alegrarme y hacerme sentir lleno de poder. Sin pensar si todo esto duraría meses o años, si valía la pena o no. Lo importante era no ser del montón, no mirar a la gente de frente porque las miradas te hacen ver que no te reconoces ni ante tus ojos ni ante los de otros. Yo era el dueño de mi destino y por encima de eso, no había nada que me pudiera parar o alterar todo lo grande que me esperaba. Subiendo hacía la cima tan rápido que nadie me alcanzara”

De nuevo, hubo un momento vacío. Dejé de escuchar su voz y comenzó a escucharse un susurro de llanto hasta que continuó hablando pero ahora sus manos le tapaban la cara y casi no se le entendía:

“Te lo cuento a ti porque ya no me importa ocultarme. Siempre he sido lo que no soy y tal vez sea eso solamente pero ya no me paraliza el miedo a mostrarlo. En esta habitación vacía veo lo que no he conseguido, no hay luz, no hay vida; estoy yo otra vez perdido. Tengo que confesar que los que os marcháis hoy con las manos vacías, tenéis mucho más de lo que yo tengo, la oportunidad de dedicarlas a vuestros sueños mientras que yo nunca he sabido soñar. Con todo esto lo que quiero decirte es que es más grande el enemigo que hay en uno mismo que el vértigo que da todo lo que hay fuera y no siempre sirve atacar al otro para que éste no acabe devorándote por dentro...”

Y aquí terminó de hablar. Se levantó, cogió su chaqueta y desapareció en menos de un instante. Comencé a notar como la habitación empezaba a asfixiarme, me dejaba sin aliento. Salí de allí y todas las lágrimas se me cayeron encima.

Cogí mi maletín y todos fuimos desalojando la última planta de aquel edificio. Bajábamos en el ascensor pegados los unos a los otros, cargados de incertidumbre. Los compañeros de los últimos años, de los que algunos eran ya mis buenos amigos, íbamos despidiéndonos.

Comencé a bajar la calle y mi propia voz me sorprendió diciéndome en alto: no hay tiempo perdido, es siempre una suma hacia delante.

sábado, 11 de febrero de 2012

NOTICIAS SOBRE MÍ

Me extraño leer mi nombre en el periódico local de aquella mañana, cuando me dirigía en metro a mi trabajo.

“Anoche, Silvia Álvarez, residente en Madrid, sacó a pasear a su perro Bobby, a las nueve de la noche aproximadamente. Bobby orinó en la pared del bloque contiguo a la residencia habitual de Silvia. Es la tercera vez que el perro persiste en apoyar sus extremidades en la fachada de este edificio. En todas las ocasiones este acto ha dejado una mancha oscura en las paredes”

Una imagen mía en vaqueros paseando al pastor alemán, aparecía en la sección de noticias locales.

Seguí leyendo “Aún no conocemos la edad del canino, ni cuándo Silvia lo adquirió. Hemos entrevistado a una amiga de Silvia para conocer más datos acerca de la vida de nuestra protagonista pero no ha sabido decirnos desde cuándo Bobby forma parte de la vida de su amiga”.

Más abajo había una fotografía de Bobby, siendo cachorro.

Miraba la imagen y no me podía creer que un periódico se pudiera interesar en una noticia así, qué sentido tenía. Me habían seguido, conocían mi nombre y el nombre de mi perro. Comencé a imaginarme a unos periodistas hurgando en mi buzón, mirando mi perfil en las redes sociales, conociendo mis gustos.

A pesar de todo, aquella situación parecía real, mi fotografía, mi nombre en el periódico…Esto no puede estar ocurriendo, me decía a mi misma.

El metro llegó a mi estación, cogí mi bolso y me bajé al andén. Meditabunda, comencé a reírme entre dientes y a pensar < ¿Y si fuera cierto que los vecinos de aquel bloque hubieran visto a Bobby y supieran que había manchado la pared? > Seguí riéndome.

Llegué a la oficina y me mantuve pensativa todo el día. Al día siguiente, al coger el metro de nuevo, volví a leer una noticia sobre mí en el mismo periódico local.

Ayer Silvia Álvarez volvió a pasear a su perro.

“Tras regresar de su trabajo, se constató de nuevo la presencia de Silvia Álvarez paseando a su perro por las cercanías de su residencia. El pastor alemán de pelo oscuro, se volvió a precipitar por las calles contiguas al domicilio. Mientras, su dueña seguía sus movimientos a escasos metros. No se ha podido verificar si el canino se aproximó, en esta ocasión, al bloque de viviendas que quedó manchado las noches pasadas.
En relación a Silvia, hemos conocido más datos acerca de la misma. Se sabe que muestra interés por los pintores impresionistas, la voz profunda de Nina Simone y entre sus proyectos podría estar seguir descubriendo el mundo. Si algo le gusta de los demás a Silvia, es disfrutar de lo que tienen que contarle”

Al lado del artículo había otra fotografía mía entrando a una librería y en el pie de página escribieron: “Uno de los escritores preferidos de Silvia, es Stefan Sweig”. En esta ocasión, no mostraron a Bobby, así que el centro de la noticia era mi vida, no los actos de mi perro.

Tal vez, alguno de los vecinos de aquel dichoso edificio vio a mi perro mearse en su fachada pero ¿era aquello tan grave, como para indagar y publicar  mi vida en un periódico? ¿Cuánto costaba esa pesadilla de broma?

Bajé del metro y me dirigí a la salida más cercana a mi oficina. En los tablones publicitarios de los pasillos subterráneos, colgaron mi misma imagen con un mensaje, “Su color preferido, el azul. Su flor más preciada, las rosas rojas. Y si pudiera volar, sería un halcón. Un defecto, echarse en el plato más de lo que puede tragar”

         Eché a correr. El que estuviera detrás de esto, era un miserable.

Al llegar a la oficina, estaba sudando y acelerada. Sin embargo, el ambiente era normal. No noté nada extraño aunque los que llegaron más tarde que yo, me sonreían inevitablemente.

Durante la tarde, mi jefe me llamó a su despacho. Me comentó un par de temas pendientes y al terminar, se me acercó y me dijo:

- A mí, la publicidad gratuita sobre uno mismo me da igual, pero ten cuidado con tus hábitos sociales. Uno se expone a la opinión pública y acaban contigo.

No supe qué decir, me levanté y me fui a casa andando. No quería toparme con más posters publicitarios en el metro.

Al llegar, el portero tenía puesta la radio de fondo. Cuando terminó la publicidad, comenzó una noticia nueva:

“Durante el día de hoy, Irán ha declarado públicamente su lucha contra la muñeca Barbie. La policía de la moral no quiere que las niñas iraníes jueguen con esta muñeca. Así se lo han recordado sus agentes a los vendedores de muñecas de Teherán esta mañana. Durante las próximas semanas este símbolo de la provocación y el capitalismo, será sustituido en las tiendas por juguetes tradicionales de madera, evitando cualquier objeto que pueda estar fabricado con plástico y tenga pelo”
“A continuación, damos paso a las noticias locales. Esta tarde Silvia Álvarez ha vuelto a casa andando. Aún no tenemos claro si los vecinos del edificio seguirán adelante con la queja pública dirigida a Silvia y a su perro. Volveremos a conectar con las calles de este barrio en las próximas noches.
Hemos conseguido contrastar algunos datos más acerca de nuestra protagonista. El ideal de felicidad para Silvia es la libertad, el colmo de la infelicidad para ella es vivir con miedo. Si pudiera ser otra persona, elegiría volver a ser mujer. Un rasgo principal de su carácter es ser intensamente inquieta. Lo que más detesta, la soberbia”

Cerré los ojos y respiré de nuevo. No sabía si estaba chiflada o si me había convertido en un personaje público en unas horas. Estoy totalmente cuerda, me recordaba.

El portero apagó la radio y me miró.

- Vaya Silvia, estaban hablando de ti y de tu perro ahora mismo en la radio. Parece que Bobby ha molestado a algunos vecinos y de ti lo saben todo.

- No pongas más la maldita radio, cuando pase por aquí. Me harías un gran favor.

Pasaban las horas y me iba dando cuenta de hasta dónde quería llegar mi perseguidor pero me resultaba imposible saber quién era. Lo único que se me ocurría era ir al médico y que me recetara algo para tranquilizarme.

En el centro médico, me senté en la sala de espera durante un rato hasta que me llamaron. Mientras, la enfermera ojeaba un periódico local cuando entré en la consulta.

- ¿Qué te ocurre? - Me preguntó el médico.

─ No sé cómo explicárselo, pero hace un par de días los periódicos locales y la radió comenzaron a dar noticias sobre mí. Saben todo acerca de mis gustos, mi personalidad, cuándo salgo de casa. Los vecinos del edificio de al lado, quieren quejarse públicamente porque durante un par de noches mi perro se apoyó en su fachada y la manchó. Creo que me persiguen y tiene que ser alguien que posea el suficiente poder como para poder filtrar toda esa información a la prensa. Me va a dar un ataque de ansiedad y necesito algo para tranquilizarme.

- Ya veo, tendrías que haber venido antes. Sufres algún tipo de alucinación o manía persecutoria. Es un cuadro típico de estrés. Te desviaré al psiquiatra y que te recete algo.

 - ¡Un momento! – le grité – Todo lo que le he contado es cierto, no estoy loca. Soy una persona normal a la que están persiguiendo. No soy nadie famoso ¡El que me persigue, sí está loco y no puedo hacer nada!

Se levantó para ir a llamar por teléfono, cuando me acerqué y le enseñe una de las noticias locales del periódico que sostenía la enfermera. De nuevo había otra fotografía mía en una de las columnas y un texto escrito al lado “Tras consultar a gente cercana a Silvia, sabemos que su ocupación favorita es soñar, con los ojos abiertos y cerrados. Sus héroes en la vida real, son las personas valientes y es ésta la cualidad que más admira en hombres y mujeres. Uno de sus lemas podría ser, el que no arriesga, nunca gana. Aprecia que sus amigos, sean gente en la que confiar”

El médico se me quedó mirando pensativo, con los brazos cruzados y la boca un poco entre abierta.

-  Entonces, ¿eres un personaje público?

- No, en absoluto - Se lo acabo de decir, no soy nadie conocido.

- Todo esto, me parece un tanto extraño pero te daré algo para calmarte, si es que tu estado tiene alguna solución. Tal vez hayas causado un escandalo público y ahora lo ocultas. Pero te digo, que no quiero saber nada de este asunto. Hoy en día, todo se hace público. A lo mejor el siguiente en ser conocido sea yo por haberte tratado. Aquí tienes tu receta. No puedo hacer más por ti y se discreta, por favor.

Salí de la clínica sin tener nada claro. Estaba aún más confundida y sin saber cómo acabar con todo esto. Volví a casa y salí con mi perro. Tracé un recorrido diferente para nuestro paseo y al toparnos con el edificio dañado, permanecimos mirándolo unos minutos hasta volver calle abajo.

De nuevo, a primera hora de la mañana del día siguiente, publicaron otra noticia en el mismo periódico local.

Los últimos detalles de la historia de Silvia.

“Recientemente, nuestra protagonista y su perro han cambiado la ruta de sus paseos nocturnos. Los vecinos del edificio parecen aliviados con la decisión.
Perfilando los últimos detalles de la vida de esta chica, si tuviéramos que calificar cómo se encuentra Silvia en estos momentos, diríamos que es alguien que se bebe la vida, así que su mayor desdicha sería no atreverse a disfrutarla”

Me asfixie al subir en el ascensor de mi oficina. Al llegar a mi mesa, llamé a mi jefe y le dije que tenía que salir un momento a hacer unas gestiones personales.

Me fui directamente a la empresa que publicaba ese periódico. Mientras esperaba en recepción, me arrepentí de haber ido pero estaba a punto de estallar a gritos. En ese instante, apareció una mujer con rostro serio.

- ¿Qué hace aquí, Silvia?

-  Terminar con esto. Quiero que dejen de publicar mi vida. Yo no soy nadie famoso y ahora han provocado que todo el mundo me conozca.

- Efectivamente, usted es una don nadie y creíamos que entendería que aunque lo sea, hoy en día publicar los detalles morbosos de cualquiera, es lo que mayor publicidad tiene. Ese es el valor informativo de su noticia.

 - ¿Quién está detrás de todo esto?

 - No hay nadie, Silvia, sólo periodistas ansiosos de noticias frescas. Dígame, entonces ¿qué noticias tienen para usted valor informativo, hoy en día?

- Pues no sé…la crisis mundial…una guerra…el hambre en África…dar a conocer la corrupción política…las revueltas sociales…joder, eso debería de importarle a la gente que lee la prensa.

La mujer seguía de pie en frente de mí, mirándome de forma distraída.

- ¿Eso es lo que usted cree que tiene interés, hoy en día?

- Sí, eso exactamente.

- Ya veo, Silvia. Déjeme decirle que vive usted en un universo paralelo. El rumbo de la vida va en dirección opuesta a lo que usted se imagina. Los detalles personales de la gente, como usted, son de lo más sabroso. Minucias sin relevancia que te dejan hurgar en otras vidas y no pensar en la tuya. Vuélvase a casa, ponga alguna cadena de su televisor y viva el presente. Ahora, deje de llorarme, me está haciendo perder el tiempo.

Después de aquello, volví a mi rutina y seguí con mi vida exactamente igual a como lo había estado haciendo hasta ahora. Como suponía, dejé de aparecer en los periódicos. Sustituyeron mis noticias por las de otro chico que vivía en un barrio de Madrid cercano al mío, trabajaba en un banco y le había sido infiel a su pareja con una compañera de trabajo. Lo descubrieron en mitad de la ciudad, besándose en el coche de la chica.





domingo, 15 de enero de 2012

LO DE ACTUAR ESTA NOCHE, LO HAGO POR JUAN


Son las seis de la tarde y dentro de dos horas tengo que salir a escena, pero a menos que aparezcan mis pendientes fetiche, no voy a poder actuar. No voy a mostrarme al público nunca con las orejas desnudas. El problema está en mi pelo, demasiado corto para tapar unas orejas tan grandes. Yo misma decidí cortármelo y ahora mi perfil es el mismo que el de un elefante cabizbajo.

Juan siempre me dice que no, que no me parezco a Dumbo, que mis orejas son grandes porque tengo una cabeza curiosa que necesita escuchar en profundidad. Pero no dudo que lo dice para que salga a escena lo más segura de mí misma y no me preocupe por mis orejas.

Lo de actuar esta noche, lo hago por él, porque me regaló estos pendientes como amuleto hace mucho tiempo y yo he sido tan tonta que hoy, justo el día de la última función de otoño, los he olvidado.

          Ahora mismo me gustaría estar haciendo lo de siempre: sentarme frente al espejo del camerino, masajearme las manos despacio para que estén ágiles cuando empiecen a interpretar y sentir el balanceo de los pendientes a los dos lados de mi cabeza, mientras de reojo miro cómo me sonríe el reflejo de Juan en el cristal.

         Juan y yo hacemos vida de pareja. No la de fingir que nos queremos frente al público e ir de la mano cuando hay que posar. A lo que me refiero es a que nos queremos. Nos despertamos siempre en el mismo lado de la cama y sólo hemos discutido por algo serio subidos en un escenario y por boca de alguno de nuestros personajes.

        Nosotros vivimos en el centro, el único lugar donde nos sentimos anónimos para pasear al caer la noche a través de las sombras.

Juan es actor desde casi un niño. Pensó que durante la primavera se retiraría y yo continuaría en los escenarios, hasta que me llegara el día en que sintiera ese anhelo, que dice Juan que sientes, cuando sabes que has cumplido como actor. Pero finalmente no se retiró. Volvió a surgirle un papel de esos que dice él que te impulsan del sillón mientras lo lees, como si alguien te tuviera suspendido en el aire, flotando. Así que de momento, los dos seguimos yendo y viniendo a los ensayos del teatro y a las grabaciones.

 Pensé que sería difícil que los dos pudiéramos ejercer la misma profesión, sin que esto afectara a nuestra vida personal. Pero no ha ocurrido así. Todas las mañanas salimos juntos al trabajo, damos un paseo por el centro y desayunamos en una cafetería a las espaldas del teatro, donde leemos nuestros guiones. Allí cada uno lee el papel del otro para intercambiarnos comentarios. Discutimos un par de detalles, los justos para llenarle al otro la cabeza de cierta incertidumbre.

A lo que no me acostumbro de mi vida artística es a ser un personaje público. A sentirme vigilada. Ver tu caricatura en las portadas de la prensa es la peor faceta de ser actor. Si soy sincera, tengo que decir que aún no he conseguido ser totalmente fría a todas las opiniones públicas. A la gente le da igual decir cómo deberías de vivir, que habrías estado mejor así, que tendrías que… Siempre tienen algún comentario, una crítica puntiaguda e incómoda.

 Cuando vives rodeado de observadores, tu mejor aliado es el sentido del humor. Disfrazar la opinión pública con algún chiste o comentarios irónicos acerca de tu última macabra actuación o tu último imperdonable despiste en el escenario.

 Esta mañana, antes de salir al teatro, Juan ha vuelto a ojear la prensa del día. Le gusta leer los comentarios de los redactores de la gaceta cultural y los chismes que cuentan sobre los actores. Luego en un tono muy serio, le encanta ir enumerando las peores noticias que ha leído acerca de algún compañero o sobre él mismo, hasta que estalla en carcajadas.

 Juan ahora me mira de frente, lo veo en el reflejo del cristal del camerino. Sabe que sin los pendientes estoy perdida. Los llevo encima casi desde que empecé a actuar en el teatro y no quiero salir sin ellos.

 –Esta vez vas a actuar sin pendientes ─dice Juan.

 Lo miro de espaldas y le comienzo a decir lo asustada que estoy de verme con las orejas desnudas. Y él me vuelve a insistir acerca de la mucha importancia que le damos a los amuletos y a los recuerdos, y lo poco reales que son para el presente.

Incluso, se acerca a mí y me coloca el pelo de forma distinta. Ambos sabemos que mi pelo es demasiado corto y nos miramos en el espejo. Cuando me mira, es como si los llevara puestos, las orejas ya están cubiertas.

         Tengo unas orejas grandes, pero de frente mi cara es interesante. Me convenzo de que nadie será consciente de que no llevo mis pendientes y de que me corté el pelo demasiado.

 Me digo adelante y me río de mi misma y de lo que digo. Me ilusionará ver cómo me aplaude Juan entre bastidores, viendo lo valiente que he sido, mostrando así mi cabeza por primera vez.

La crítica mañana seguramente hará referencia a mi nuevo corte de pelo y a que mis orejas son lloronas. Luego vendrá lo de mi actuación.

 


lunes, 19 de diciembre de 2011

MISIÓN, LA TIERRA

     
     
          
Nuestra nave se posó en un parque cercano a la ciudad de Madrid. Alrededor de él se extendía un río de aguas silenciosas y cerca de allí había algunos árboles que lo protegían del ruido sucio que llegaba de la ciudad. A lo lejos veíamos las torres de los edificios largos a la luz de la luna vieja.
    
             Durante el viaje, cada uno de nosotros tres habíamos ido adquiriendo una forma humana diferente, con el propósito de no resultarles extraños a los humanos, durante el tiempo que estuviéramos en su planeta. Lust era ahora una mujer, de pechos firmes, cabello rizado y abultado y voz dulce. Rost era un ser muy joven, con un cuerpo menudo y piernas cortas que apenas le daban para echar a andar. Yo me miré de arriba y abajo y descubrí que era un hombre, espalda ancha, brazos fuertes y voz grave.  Los  tres nos observamos, sin llegar a reconocernos.


Dentro de veinticuatro horas, nos veremos aquí de nuevo – dijo, Lust.
Cada uno de nosotros, debe de seguir las instrucciones que nos han dado. Desde ahora hasta que abandonemos el planeta Tierra, somos y sentimos como los seres humanos. Debemos de mezclarnos con ellos, descifrar lo que dicen y saber qué sienten. Guardad siempre nuestro secreto porque no pueden saber quiénes somos  advertí a mis dos compañeros.


Hacía mucho calor y el aire pesado iba y venía entre las calles, pegándose al asfalto y a los coches. Se podía oír los sorbos de la gente a sus bebidas frías y el zumbido de los mosquitos inquietos.


Me sentía cansado y hambriento y según nuestras teorías, cuando un ser humano se sentía cansado debía de dormir durante unas horas para poder recuperarse y cuando tenía hambre, era necesario alimentarse a base de nutrientes.


Quería comer algo y comencé a buscar la palabra nutriente en los rótulos de los comercios pero no alcancé a encontrarla. Así que tras mirar entre los cristales de varios escaparates, me asomé a una tienda desordenada,  en la que pregunté si me podían vender algún nutriente con el que alimentarme. El hombre de la tienda me miró con expresión de asombro  y me dio una caja de cartón cerrada, en la que venía escrito en la solapa, Barritas de cereales energéticas, para cualquier hora del día. Abrí la caja, le quité el envoltorio de plástico y mientras caminaba entre los callejones sombreados, me fui comiendo el contenido.


Busqué entonces un lugar donde descansar. Anduve por una calle larga que atravesaba la ciudad hasta llegar a una más pequeña de nombre Hortaleza. Colgando de la ventana de un edificio cubierto de música,  vi un cartel que decía, Hotel & Sauna Alex, un lugar placentero donde descansar. Entré en el hall del edificio.  La sala era amplia, bañada con un perfume que mareaba un poco y había sofás por toda la habitación, con almohadones blandos y las paredes cubiertas de espejos.

Hola, desearía dormir esta noche aquí – le dije al hombre que encontré en la sala.
¿Cuántas noches desea quedarse? – respondió el recepcionista.
Sólo por esta noche.
Perfecto, le tomaré los datos. ¿Qué le puedo ofrecer?  Puede elegir entre diferentes servicios que son, habitación y dos horas de sauna o habitación con dos horas de sauna y masaje relajante en privado. Son las dos ofertas más económicas de este mes. Luego tenemos algunos servicios más completos para huéspedes exigentes. Dígame, qué desea.

Mejor, el más económico – le contesté.
Muy bien, le acompañaremos a su habitación. En el baño encontrará ropa cómoda para bajar a la sauna en cuanto esté listo ¡Bienvenido!  – me contesto mientras cerraba un ojo.


Le di la espalda y subí a la habitación acompañado de otro hombre. Me desvestí en el cuarto de baño y me envolví en una toalla cómoda. La música iba y venía por la habitación, tranquila, dulce.


Al llegar al sótano, la puerta se cerró de golpe. Me adelante unos pasos y crucé el pasillo. Me detuve mirando la primera habitación. Había una enorme bañera, apoyada en el suelo, llena de espuma plateada. Las voces de los hombres que había dentro se mezclaban en el aire, hablando, riéndose, abrazándose. Algunos bailaban y otros se divertían besándose detrás del humo denso de sus cigarros.


Sus risas retumbaban ahora en mi cabeza, entonces el suelo se deslizó bajo mis pies y caí dentro de aquel baño. Delante de mí, en un asombroso baile de cuerpos desnudos, veía las figuras de los hombres enredados entre sí.


Me sentía como si hubiera pasado veinte horas bajo la lluvia caliente del verano. Estaba dormido, pensé.

Me estiré dentro de la bañera azul y unos brazos me rodearon. Eran unos brazos fuertes y musculosos y entonces mi cuerpo comenzó a vibrar y el suyo también.

Permanecí dentro del agua, relajado entre mis pensamientos. Todo esto era emocionante pero estaba confundido. Tal vez aquello que estaba sintiendo era a lo que los humanos llamaban amor o sexo pensé, pero no estaba seguro. Consideré las distintas teorías que teníamos acerca de este capítulo y dejé que bajaran imágenes a mi mente para recordar nuestras investigaciones, pero en ellas sólo veía a un hombre junto a una mujer.  Entonces…


<< ¿Qué era aquello?-  me preguntaba - ¿Eran otros marcianos? ¿O el sexo era entre hombres también? ¿Cómo ocurría todo esto? >>

Casi me eché a reír a gritos. Se me había ocurrido una idea estrafalaria, estúpida. No podía ocurrir así, era improbable que dos hombres pudieran amarse.

>> Sin embargo – pensé de nuevo -  supongamos… que no es así, que uno hombre con otro hombre y una mujer entonces con otra mujer, pudieran también amarse y no hubiéramos contemplado esto en nuestro estudio. Supongamos que nos hemos equivocado, que no tuvimos en cuenta sus fantasías y  deseos y entonces la combinación resultara idéntica.


>> La repuesta era afirmativa. Combinaciones, química, imaginación. ¡Todo era real! No estaba dormido, lo había sentido.


Me incorporé en el suelo y escuché.  La habitación estaba tranquila. Los cuerpos estaban dormidos. El calor estaba muerto. De pronto, tenía miedo.

Di algunos pasos por el pasillo cuando oí una voz masculina, en un cuerpo oscuro.


¿Qué haces?
¿Perdona?


El hombre oscuro volvió a hablarme con voz fría:

Te he preguntado qué haces, a dónde piensas que vas.
A mi habitación.
No, no vas a ninguna parte.


          Comenzó a gritar y a correr por todos los pasillos. Gritó aún más pero no llego encontrar la salida.


Al día siguiente, los extraterrestres se reunieron en el parque cercano a Madrid. Lust y Rost destaparon el cohete escondido entre las hojas y sincronizaron el tiempo. Comenzaron a impacientarse cuando ya sólo quedaban algunos minutos para despegar y su compañero no había llegado aún. Activaron sus radares y buscaron imágenes del extraterrestre. Allí estaba su compañero, desnudo, bañado en espuma y rodeado de hombres que lo besaban y le daban de beber un líquido rojo que lo atontaba.


Lust y Rost se asustaron y subieron a su nave. Alguno de ellos pronunció la palabra activar y la tierra vibró dos veces con su despegue.

sábado, 22 de octubre de 2011

HABITACIONES COMPARTIDAS


Sigo sin entender por qué continúo con mi padre en esta residencia, después de dos semanas ya de descanso. Él parece estar mejor, algo decaído aún, pero se empeña en seguir aquí metido. Nos pasamos el día entero en esta habitación oscura y estrecha, de la sexta planta, en la que ni siquiera existe espacio entre la cama de mi padre y la de su compañera de habitación. Este lugar me asfixia.

Con tal mala suerte, nos ha tocado aguantar a esta mujer en la cama de al lado, que se pasa todo el día contándonos historias de no sé qué viajes de su juventud y tiene un risa que te perfora los oídos.

En cuanto me doy la vuelta, se acerca a la cabecera de la cama de mi padre y le coloca galletas en la almohada. Parece que no escucha las recomendaciones que te dan al entrar en la residencia, nada de dulces ni comidas pesadas, paseos cortos por el jardín y mucho descanso. Ni me imagino de dónde sacará las galletas ni las cartas que tiene en su armario y que se pasa toda la tarde enseñando a mi padre. Apenas nadie la visita, así que su único entretenimiento desde que entramos, somos nosotros.  No creo que le siente muy bien que lo atosiguen de esta forma. Lo noto alterado, constantemente observando todo a su alrededor, respondiendo a las preguntas de esta extraña y controlando quién entra y sale de la habitación.

Voy a volverme loca con esta situación. No sé lo que puede estar pensando, cúando decidió que prefería recuperarse en un asilo, en vez de en casa, con nosotros. Desde que puso los pies en este lugar, no quiere irse. Por más que le doy vueltas, no lo entiendo. Él, que desde la muerte de mamá, se había vuelto un hombre solitario y tranquilo, ahora se comporta de esta forma tan inquieta y charlatana. Temo lo peor, que esto sea efecto de la nueva medicación que le están dando para que parezca que aquí se encuentra bien.

Aunque tengo que decir que este lugar me ha sorprendido, es agradable, estamos bien atendidos y se respira tranquilidad. Siempre había pensado que una residencia de ancianos era el último lugar donde uno podía descansar pero no es así. Si no fuera por esta mujer, todo estaría en perfecto orden. Mañana, en cuanto pueda hablar con el responsable de esta planta, pido una habitación individual o que nos busquen a un compañero, como él. No sé a quién se le ha podido ocurrido que un hombre y una mujer pueden compartir habitación a esta edad.

Sólo el tacto de sus manos al rozarme, ya me produce escalofríos. El olor de esas galletas con miel que me deja en la almohada, me hacen descender a la tierra. Qué habrá pensado de mí, al verme aquí postrado en una cama, sin poder valerme por mí mismo. Aún no soy lo bastante mayor como para no poder cortejar a una mujer tan agradable. Natalia, me dijo que se llamaba, qué bien suena su nombre en mi boca.

Me llamo Natalia, le he dicho, es mi segundo nombre pero resulta más exótico que confesarle que me llamo María. Hay tantas con el mismo nombre que no lo recordaría mañana. Espero no molestarle con mis historias, son solamente anécdotas del pasado pero he pensado que a lo mejor nos entretenían y cuando me dice que le cuente más, no puedo despegarme de su cama.

Me preguntó ayer si quería pasear con ella algún día y por supuesto que quiero. En cuanto mi hija se marche a trabajar y deje de controlarme, me bajaré de esta cama y me iré a dar un paseo juntos.

Parece una mujer de mundo, guarda tantas postales de lugares lejanos, que yo no reconozco pero nunca se lo digo. Sólo la escucho y le rozo su mano mientras ella va abriendo los sobres. Le confesaré que estoy loco por ella y nos iremos juntos a alguno de esos lugares que me enseña.

Me gustan sus manos, sobre todo cuando las acerca a las mías. No sé si por pura casualidad, pero hace un rato, las hemos tenido unidas. Qué hombre tan interesante. Sólo por él, recorría de nuevo el mundo entero.

Otra vez mi hija vuelve a vigilarme, no se da cuenta de que estoy bien y me apena tanto ver a mi padre así, tan abatido, sin ningunas ganas de luchar. Habrá perdido la ilusión por la vida, no sé, apenas me mira cuando le hablo.

Esta mujer, siempre pegada a su cama, no nos deja intimidad alguna. No puedo alejar mis ojos de su camisón y ese olor a dulce que desprende su pelo, me ahoga, toda la habitación huele a ella.

La enfermera me dice que mi padre se va recuperando poco a poco. Me he quedado mucho más tranquila al oírla. Le volveré a preguntar acerca de lo que me comentó su compañera, del turno de mañana, cuando pasó a verlo a primera hora y no se encontraba en su cama. Me ha resultado extraño que la enfermera no diera con él. Pasan de largo tan rápido que al pobre no le daría tiempo a salir del baño. Tienes que estar en todo, no volveré a retrasarme. Si no estoy aquí, parece que nadie se preocupa por él.

Sólo me queda el respiro de la mañana para poder moverme sólo y que no me atosiguen con pastillas y paseos de un lado a otro. Mañana volveré a esconderme en el baño cuando me traigan esos polvos con sabor anís que me dejan tan aturdido, los detesto, que se los tomen ellos.

Voy a intentar salir antes de la oficina y al llegar le preguntaré si quiere que pasemos la tarde al aire libre. Le sentará bien. No quiero que esté aquí metido todo el día, sin que apenas le roce el sol.

He vuelto a coger más dulces de la sala de estar para él. Su hija no quiere que apenas coma nada y lo mira tan afligida. Debería descansar más, venir menos y dejar de observarme así, como si fuera una extraña.

           Ya está aquí, la distingo por ese olor tan dulce que desprende. No puedo dejar de mirarla. Al caer la tarde, saldremos de aquí los dos, escondidos en el baño, esperaremos hasta poder escapar y que no nos encuentren nadie ni ahora ni nunca.